martes, 26 de junio de 2012

Nos vemos en el infierno


No se preocupen por mí, 
cuando me lean ya estaré muerto.
Preocúpense por los demás,
los que corren el riesgo de morirse de hambre
mientras ustedes engordan sus bolsillos

Hoy debe ser su día de suerte, 
cuatro casas más que se quedan sin propietario
Lo malo será limpiar las calles de carnaza sin hogar
Pero de eso que se ocupen otros
Que solo estarán 4 años
Ya vendrán otros peores

¿peores? 

Sí, cada vez peores

Y nosotros les votaremos
porque el que sigue a un rebaño tiene algo de borrego
Esa es su suerte, 
como la pensión
Bien asegurada

Y nosotros, 
a trabajar
Quienes podamos, claro
Mientras, aprenderemos en casa
que sobran profesores, ya lo dicen

Pero que vengan más de ustedes
que el chorizo siempre da sabor

Hay que apretarse el cinturón,
dicen algunos
Los mismos que también quieren dar por el culo
Entonces no veo otra solución
que agujerarme los pantalones

Menos mal que siempre pueden dejarme las tijeras

En fin, nos veremos en el infierno
Que el cielo no es para mí
Y aquí ya hay sillas con sus nombres

domingo, 24 de junio de 2012

Las rosas también mueren

Lanzábamos cohetes de rosas muertas a la luna
pensando que así,
tal vez, y sólo tal vez,
en algún otro lugar podrían vivir

Cambiamos la rutina por espinas
así duele menos, decías
Pero dolía

Regábamos el jardín con agua mezclada con un poco de ahora
y muchos mañana qué
sin saber que la mezcla era lo de menos,
que podíamos regarlo cuando quisiéramos

Antes de la última calada de ese pitillo,
el mismo que te estás imaginando,
o tras apurar la penúltima copa de vino

Pero no fue así.

Nos preocupamos de cuánto tiempo teníamos
en lugar de hacerlo eterno
y ya veremos mañana si llueve
que todavía faltan un par de horas

Entonces apagamos todos los cigarros en una hoguera de cenizas
Y ya no volvimos a beber más vino de aquellas copas
Y acabamos perdiendo el aroma de las rosas
por no saber olerlas,
cuando aún estaban vivas.

lunes, 18 de junio de 2012

Nunca es tarde para aprender a cocinar


Siempre tuvimos la receta adecuada, 
pero fuimos incapaces de cocinar.
Yo con la dosis de ron
tú con la paciencia imperial

Llevabas los tiempos de cocción
Pero a la hora de la verdad siempre me faltaban huevos y,
cuando había, 
nunca era padre para comérmelos

Solo doy cucharadas de aceite
algunas veces de agua
Pero siempre quedas tú por encima
Porque lo mereces, porque nunca sé cómo hacerlo

Y, sin embargo, 
sonríes y me dices con tanta delicadeza
Tranquilo, 
siempre podemos pedir unas pizzas,

Y, entonces, 
el mundo entero parece que tenga solución,
haces que todo  sea fácil
Que de verdad valga la pena

Pero termino perdiéndome entre los ingredientes esenciales
Tú con el azúcar, tan dulce como siempre
Yo sin remedio
Echándole sal al café

Y vuelves a sonreír
vamos, me dices,
olvídate del café que no podrás dormir
Y me acuesto entre tus brazos
Y sueño que nunca es tarde para aprender a cocinar



jueves, 14 de junio de 2012

Los ángeles también saben besar


Hacía tiempo que no sentía esta sensación. Lo cierto es que no siempre uno tiene la ocasión de compartir su cama con otra persona. Aquella noche se presentaba larga, así que decidí abandonar mi sentido común por unas horas y emborrachar un maltrecho corazón a base de golpe de chupito.

Cuando en casa quedaban más recuerdos que vasos que tragar salí y anduve hasta que  la sed rompió la tregua. La brisa nocturna consiguió despejarme un poco y, al entrar en el primer pub que encontré,  con la valentía de un borracho me puse a hablar con ella. Parecía débil e indefensa y sus lágrimas no paraban de cesar.

- Hola, cómo te llaman—pregunté.

En otra ocasión hubiera pensado, por su silencio, en mil adjetivos que podrían salir de su boca hacia mí, ninguno de ellos bueno. Sin embargo, me escrutó con su mirada de arriba abajo y por fin habló. 

- Dime, y a ti qué te pasa.

¿Tanto se me nota?, pensé. Ella debió leerme la mente y mostró lo que parecía una especie de sonrisa. 

- Echa un vistazo a tu alrededor, aquí nadie parece feliz.

Las paredes de aquel local parecían guardar miles de historias desdichadas, cada cual más amarga. Perfectamente podría sentirme como en casa, pero había algo que allí fallaba. La joven de la barra contrastaba con aquella imagen depresiva. Era verdaderamente atractiva, su cabellera morena jugaba a esconder sus senos voluptuosos, si uno se fijaba mucho en aquel escote corría el riesgo de quedar atrapado en él para siempre. Su estrecha cintura tan sólo era la antesala de unas piernas largas y firmes, cruzadas de un modo que sólo los ángeles son capaces. Mis ojos, cargados de lujuria, exceso y whisky no podían mirar a otro sitio. 

- Como sigas mirándome la falda de ese modo voy a tener que quitármela.

Y ya no dijo nada más. La miré, me sonrió y me tendió la mano. Durante los próximos cuarenta minutos fui suyo. Nunca pensé que se podían hacer tantas cosas en el váter de un antro como aquél. Pero no acabó ahí. Me preguntó dónde vivía y la llevé a lo que, le advertí, era como un glacial.

- Para calentarme me basta con tu cuerpo—contestó mientras apresuraba el paso.

Y seguimos. No hubo conversación. Tan sólo follamos. Al entrar en mi casa me disculpé por no poder ofrecerle una copa de vino. Es normal, dijo ella, a estas horas todas están vacías. Entonces colocó su mano en mi nuca y me enseñó que los ángeles también saben besar. Entre cada respiración apasionada, dábamos pequeños pasos hacia mi habitación, estampándonos a cada momento contra las paredes. Al entrar en ella, la mantuve contra la puerta y le arrebaté de un solo golpe aquella blusa que tanto había hecho que me perdiera en el pub. Los botones salieron disparados en todas direcciones. Ella misma colocó mi cabeza entre sus pechos y veneré cada segundo que pasó en ese momento. 


Apoderado por la lujuria, levanté de un golpe una de sus piernas y mi mano se deslizó como quien tiene vida propia por su muslo. Tras encontrar lo que buscaba, pronto me di cuenta que ella no se había molestado en volver a ponerse su ropa interior. Sus gemidos, cargados de pasión, eran incontrolables. Mis ganas de hacerla mía me dominaban. Cuando estaba a punto de deshacerme de mis pantalones, ella me miró con cara de quien tiene ganas pero quiere mandar y me hizo retroceder hasta caer tumbado en la cama. Fue entonces cuando el tiempo pareció ralentizarse y mis convulsiones tuvieron que relajarse mientras ella besaba cada rincón de mi torso. Su cabeza subía y bajaba por mi cuerpo mientras su mano jugaba más abajo. Al cabo de unos instantes, cuando ella decidió que mis pantalones eran un estorbo, sentí como mi sexo se humedecía cada vez más. Desde luego, ella no pegaba nada en aquel pub, volví a pensar.

Horas después, mientras reflexionaba desde la cama en lo sucedido aquella noche, la observé dormir, parecía totalmente distinta. Como si llevara acostándose en la misma alcoba muchos años. Cuando despertó, le hablé mientras me sonreía. 

- Aún no me has contestado a mi pregunta
- Qué pregunta—dijo ella reincorporándose.
- Cómo te llaman

Hubo unos segundos de silencio, ella seguía sonriendo, me acarició el pelo, acercó sus labios a los míos y volvió a hablar. 

- Qué tal si primero volvemos a follar.

martes, 12 de junio de 2012

Paso a paso


Sabías que yo era un desgraciado en esto del amor
que mis palabras se ligaban más a callejones oscuros
que a las luces de felicidad
Y sin embargo me quieres

Nos miramos
como si ya no hubiera invierno en nuestros corazones
como si fuera el amanecer más bonito lo que tuviéramos
enfrente
y me hiciste olvidar por un segundo que entre tantas putas
aún queda alguna estrella

Pero sabes que la cabra tira pa’l monte y que si tengo que sufrir,
no puede ser contigo
Creímos por un día que la perfección se nos daba
Pero lo bueno quema
por eso duró tan poco.

Lo cierto es que el verano nunca se despojó de mi invierno
Y aquí sigo, en una cama seca
y a menos diez grados
la cerveza ya no ayuda, se ha congelado
Y ahí sigues  tú,
tan perfecta que pareces inventada
creyendo que tengo solución,
como si la muerte la tuviera
Y no la tiene

La vida es para cuatro, dicen por ahí
yo no estaba en lista
me quedé encargado de escribir esquelas de amor
Predestinar con palabras
lo que no solucionan los te quieros

Y sigo en la cola,
esperando lo que nunca busqué
amarrado a nudos de dudas
esperando mi turno, parece que nunca llega
Pero ahí lo tienes,
siempre avanza

jueves, 7 de junio de 2012

Botellas vacías


Anoche salí a la calle después de muchos días encerrado en el pasado que las paredes me recubren. Lo cierto es que el no-queda-nada-de-alcohol hizo que me levantara de mi propia mierda y, apartando centenares de imágenes y retratos con tu nombre, cogí la primera camisa que vi por el suelo tirada y me dispuse a bajar. No fue hasta salir del portal y encenderme un cigarro que me di cuenta de que había bajado las escaleras totalmente a oscuras. Mi vida se ha acostumbrado a la penumbra de la soledad, pensé.

Me recorrí todas las calles que mis pies estaban dispuestos a andar, me dejé llevar entre el silencio de un cielo brillante, la luna me acompañaba a estar más solo que nunca en una noche en la que solo reinaban estrellas y putas. Cuando pensaba que por un momento el duro golpe del pasado iba diluyéndose con la brisa nocturna, mis traicioneros pasos me llevaron a aquel portal en el que conseguí robarte un torpe pero precioso beso. El primero de muchos otros que siempre íbamos a recordar. Del que ahora, ya sólo yo tengo memoria.


Tan sólo necesité una frase para que todo el peso del mundo cayera sobre mi flacucha espalda. La primera vez que te vi las tetas íbamos a dar un paso más. <<Jamás me cansaré de besarte>>, dijiste mientras la ropa tan sólo era un obstáculo en nuestro camino. Noté como dos cuchillas rajaban mis mejillas. Cada lágrima rasgaba a causa del peso de todas y cada una de las letras de esa frase que no paró de rebotar por mi mente.

Eché a correr lleno de ira y resentimiento por no ser capaz de olvidar algo que me consumía por dentro. Grité y  maldije tu nombre como si fuera tu voluntad la que me sometía a este sufrimiento. Pero la carrera duró poco. Cansado, apoyé mi espalda contra una pared y suavemente dejé mi cuerpo muerto hasta caer rendido en el suelo. Exhausto, recordé aquella frase que tantas veces ha convivido conmigo,  <<a veces, por mucho que algo duela, dejarlo duele más>>.

Seguramente pasé más de una hora tirado en aquel suelo ahogándome en el vómito de mis propios recuerdos. Cuando me rehíce como pude me di cuenta de que cualquier lugar que pudiera conocer iba a estar cerrado. Consternado y negándome a volver al hielo frío de mi casa anduve hasta encontrar una gasolinera.

Ni primero en casa ni durante el camino me había parado a observar el aspecto que podía tener. Esta reflexión me llegó después de que cuando, al entrar en la primera gasolinera que encontré, el vendedor mostró un ademán de preocupación, casi con miedo en el cuerpo. Sin embargo, todo síntoma de cobardía se le esfumó cuando vio mi cara de desesperación y sufrimiento. Supongo que llegó a sentir lástima por mí.
- Dos de whisky ¿no?—preguntó tras el mostrador mientras pasaba las botellas por la máquina.
- Dos de whisky—repetí como si fuera lo único que comprara desde hace tiempo.
- ¿Noche dura?—preguntó afable.
- No tanto como la de ayer

miércoles, 6 de junio de 2012

Por menos hemos follado


<<Por menos hemos follado>>, solíamos decir en nuestra última época. Y así éramos antes, como conejos. Recuerdo la primera noche que pasamos juntos, no llevábamos ni un mes quedando. Ni si quiera sabíamos a dónde nos llevaba todo aquello pero queríamos disfrutar de nuestra juventud y por una extraña razón, simplemente encajábamos. Una prima tuya nos dejó las llaves de una especie de caseta en un monte perdido con un salón ancho, suelo de parqué i una chimenea bien grande. En plan romántico. Me recuerdo en el Mercadona comprando los últimos enseres y, cómo no, el whisky. Siempre nos ha gustado follar con algo de alcohol en el cuerpo. La conversación que tuvimos cuando me llamaste todavía la tengo guardada en la mente.

- Estoy en Mercadona, nada más salga voy a por ti—dije yo nada más contestar.
- Vale vale, tranquilo. Pero pilla condones
- ¿Cuántos?—pregunté avergonzándome de mí mismo por la propia cuestión.
- Yo qué sé, ¿hay de 20 o 24? 
- ¿Tantos? No creo, supongo que de 12.
- De 12 es perfecto.
- Sabes que sólo vamos para una noche, ¿no?
- Claro que lo sé.

En aquel momento yo no sabía si reír o llorar. Así eras tú. Sencilla, inteligente y sin tapujos. Cómo no iba a quererte si no podía existir otra chica igual.

Así era nuestra vida, cualquier momento era bueno. Hubiéramos discutido o no. Estuviéramos de compras, en público o en plena autovía. Siempre tenías ganas y yo nunca he tenido tantas ganas de una mujer como cuando estaba contigo. No era mi primera vez pero sí a tu modo de entender el sexo, tú lo hacías único. Contigo, el sexo cobraba una relevancia imperial en una relación. La palabra correrse se asociaba al amor, nada impuro. Podíamos pasar días sin salir del piso y me encantaban esos momentos, cualquiera que tuviera que ver contigo.


Tu modo de sacarme de quicio para hacerme rabiar. Terminar estampándonos contra todas las paredes y hacer de cualquier superficie vertical nuestra cama.
Tus gemidos semi ahogados con cada empujón de mi pelvis mientras me mordías una oreja. Todavía no he encontrado una mejor banda sonora para nuestra historia.
La tremenda flexibilidad con la que te permitías posturas inverosímiles, sólo comparable con el placer que te daba cambiar la rutina.
Tus tirones de mi cabello cuando una lengua traviesa encontraba aquel punto en tu sexo y que te hacía gritar hasta perder el sentido de tu voz.
Las largas y repetidas duchas en las que el agua no era lo único que tragabas.
A veces incluso volvíamos a la cama mojados pero qué importaba si nadie en el mundo disfrutaba tanto como nosotros en tan poco espacio.
Cuántas pizzas se nos habrán quemado en el horno por ceder a nuestros impulsos y follar en aquel mármol.
Cada vez que miro la pila de la cocina recuerdo, a decenas, la vajilla por fregar. Nos encantaba provocar al otro cada vez que intentaba lavar los platos.
Como levantarnos antes de hora para ir a trabajar y tener que llegar siempre tarde.
Todo eso se acabó. Un día, de repente, después de discutir decidiste acostarte. Estabas cansada. Ahí lo supe, esto ha terminado, pensé. <<Por menos hemos follado>>, dijimos los dos como si pudiéramos leernos la mente. Parecía comprensible, cuando tu polla pasa más tiempo dentro de alguien que de tus pantalones terminas por pensar como ella.
Pero no te culpo porque estaba enamorado. Perdidamente, de hecho. Sabía que no iba a encontrar a alguien que me llenara como lo hacías tú, hasta en nuestros paseos por el parque. Pero tú no lo estabas, tú sólo jugabas. Era un modo de ver pasar la vida, hasta que te cansaras. Simplemente,  perdiste el apetito o te lo comiste todo muy deprisa. Como siempre te gustaba hacerlo.

martes, 5 de junio de 2012

Amor y mierda


Después de todos estos años todavía me resulta increíble no poder encontrar a nadie más que reproduzca, del modo en el que tú solías hacerlo, aquello de <<a veces pareces gilipollas>> para demostrar todo el amor que podía habitar en un espacio tan pequeño como la distancia que queda entre dos personas enamoradas después de un beso. Muchas mañanas añoro esa forma tan tuya que tenías de plasmar en una simple mirada un amor tan verdadero como nunca había visto. En cambio, por las noches no hay una sola en la que no lo recuerde.


Buceo entre el desorden de mi habitación y me pierdo entre recuerdos que duelen más que una patada en la nuca. En el suelo aún siguen algunos cristales de aquella fotografía enmarcada que decidiste romper en una de nuestras discusiones. Yo todavía tengo clavada en mi mente la sonrisa que mostrabas en aquella imagen. En la mesilla de noche un triste flexo repleto de polvo y mierda alumbra un pequeño blog de notas en el que solía plasmar en frases lo que mis ojos gritaban cuando te veía. Un solitario paquete de tabaco vacío y un cenicero repleto de colillas terminan de adornar el paraíso. Recuerdo que fue un regalo tuyo, <<para que escribas más relajado>>, decías. 


Así es como veo el amor, como fumar: el primer pitillo es el más torpe pero nunca lo olvidas, siempre quedará ahí; después te enganchas hasta llegar a un punto en el que si pasas varias horas sin él, lo necesitas; a veces, en los peores momentos, incluso lo único que te tranquiliza es uno de ellos; puede hasta matarte pero aún así eres tú el que mataría por uno más. Y en el momento adulto de tu vida, debes elegir. Tal vez aprendes a vivir con ellos y te das cuenta de que serás incapaz de abandonarles o, por otro lado, ganarle la guerra a algo que te está matando por dentro.

Yo elegí odiarte, ya no recuerdo si lo mereces o no. Con cada chupito de whisky intenté borrar tus <<esta noche mandas tú>> sin saber que cada palabra la repetías todas las noches, estando conmigo o sin mí. Sin embargo, después de perder la cuenta de botellas vacías y lágrimas de alcohol me he dado cuenta que el alma no está capacitada para cicatrizar heridas a fuerza de trago y que el recuerdo llega cuando le sale de los huevos. Seas feliz o no. Estés borracho, en plena potada o cagando.

lunes, 4 de junio de 2012

Viene y va


El reloj de pared anunció con ese sonido peculiar las cinco de la madrugada. Desde la pequeña terraza de mi habitación, la brisa primaveral de la noche me abrazaba tumbado en la cama. Después de cinco minutos anhelando ser nada y todo en este mundo me levanté y me dirigí hacia el baño. Al verme en el espejo, sentí como el reflejo que de él emergía se burlaba de mí en mi cara. Apoyando mis manos en el lavabo examiné el rostro que tan fijamente me miraba, un completo extraño. Antes de salir no pude evitar contemplar el vaso con el único cepillo de dientes que había, desde que decidiste llevarte el tuyo no hay otra imagen que refleje la soledad como la de aquella olvidada herramienta.
Deshecho en nostalgia, regresé a mi habitación, me puse unos pantalones cortos de sport que estaban tirados en el suelo y salí, con lo que quedaba de vino de la noche anterior, a la terraza. Permanecí como cosa de diez minutos apoyado en el muro, contemplando la paz y la tranquilidad de una noche oscura y brillante mientras que una luna llena reinaba en aquel baile de estrellas y amantes. Sin poder evitarlo, entre sorbo y sorbo, me vino a la mente el día que decidiste marcharte para siempre. Después de tantos años decías que te sentías como una extraña cuando dormíamos, aún me duele pensar lo infeliz que decías ser a mi lado. Ahora, una parte de mí se preguntaba dónde podrías estar, en qué lugar y si de verdad eras tan feliz como deseabas serlo.
La profundidad de mis cavilaciones no me hizo advertir la figura que se acercaba por detrás. Sólo me percaté de su presencia cuando dos brazos femeninos rodearon mi cuerpo y una cabeza se apoyó sobre mi espalda. Parecía que sonreía. Mi rostro era distante.
Cuando me di la vuelta ahí estaba ella. Únicamente vestía su ropa interior aunque se había enfundado la camisa que unas horas antes me había quitado en un arrebato sexual. Llevaba el pelo suelto y los puños de mi prenda no dejaban ver sus manos. Estaba realmente sexy

- ¿Ocurre algo? –me preguntó con la mayor dulzura que he sentido jamás. 
- Nada de qué preocuparse –contesté correspondiéndole con un beso.
- Vamos, volvamos a la cama.



Imaginé el movimiento de su culo por detrás del faldón de mi camisa moviéndose hacia la cama. Era verdaderamente preciosa. Lentamente se desprendió de ella y, mientras me miraba de un modo sensual,  se deshizo de la poca ropa que cubría su cuerpo de reina, quedándose totalmente desnuda. Yo apuré la copa de vino y me dirigí hacia la cama. No dije nada hasta que estuve acostado.

- Lo siento, ha estado bien pero creo que esto no funcionará –dije sin mirarle.
- Buenas noches –contestó cortante.

Cuando volví a abrir los ojos, los rayos de sol cubrían cada rincón de la habitación. Al girar sobre mi propio cuerpo descubrí que estaba sólo en aquella cama, volvía a parecer grande y gélida. Tal y como la dejaste. Me reincorporé y volví a la vista hacia la terraza, imaginándote otra vez donde horas antes me preguntaba qué sería de ti. Cuando decidí por fin levantarme, al dirigirme hacia el baño aprecié un nuevo detalle pegado en la puerta de mi habitación. Se trataba de un post-it amarillo en el cual se podía leer, en una caligrafía femenina, ni se te ocurra llamarme, capullo. Esta vez ni tan si quiera le había pedido el número, pensé.