<<Por menos hemos follado>>, solíamos
decir en nuestra última época. Y así éramos antes, como conejos. Recuerdo la primera
noche que pasamos juntos, no llevábamos ni un mes quedando. Ni si quiera
sabíamos a dónde nos llevaba todo aquello pero queríamos disfrutar de nuestra
juventud y por una extraña razón, simplemente encajábamos. Una prima tuya nos
dejó las llaves de una especie de caseta en un monte perdido con un salón ancho,
suelo de parqué i una chimenea bien grande. En plan romántico. Me recuerdo en
el Mercadona comprando los últimos enseres y, cómo no, el whisky. Siempre nos
ha gustado follar con algo de alcohol en el cuerpo. La conversación que tuvimos
cuando me llamaste todavía la tengo guardada en la mente.
- Estoy en Mercadona, nada más salga voy a por ti—dije
yo nada más contestar.
- Vale vale, tranquilo. Pero pilla condones
- ¿Cuántos?—pregunté avergonzándome de mí mismo
por la propia cuestión.
- Yo qué sé, ¿hay de 20 o 24?
- ¿Tantos? No creo, supongo que de 12.
- De 12 es perfecto.
- Sabes que sólo vamos para una noche, ¿no?
- Claro que lo sé.
En aquel momento yo no sabía si reír o llorar. Así eras tú. Sencilla,
inteligente y sin tapujos. Cómo no iba a quererte si no podía existir otra
chica igual.
Así era nuestra vida, cualquier momento era bueno.
Hubiéramos discutido o no. Estuviéramos de compras, en público o en plena
autovía. Siempre tenías ganas y yo nunca he tenido tantas ganas de una mujer
como cuando estaba contigo. No era mi primera vez pero sí a tu modo de entender
el sexo, tú lo hacías único. Contigo, el sexo cobraba una relevancia imperial
en una relación. La palabra correrse se asociaba al amor, nada impuro. Podíamos
pasar días sin salir del piso y me encantaban esos momentos, cualquiera que
tuviera que ver contigo.
Tu modo de sacarme de quicio para hacerme rabiar. Terminar
estampándonos contra todas las paredes y hacer de cualquier superficie vertical
nuestra cama.
Tus gemidos semi ahogados con cada empujón de mi pelvis
mientras me mordías una oreja. Todavía no he encontrado una mejor banda sonora
para nuestra historia.
La tremenda flexibilidad con la que te permitías posturas
inverosímiles, sólo comparable con el placer que te daba cambiar la rutina.
Tus tirones de mi cabello cuando una lengua traviesa
encontraba aquel punto en tu sexo y que te hacía gritar hasta perder el sentido
de tu voz.
Las largas y repetidas duchas en las que el agua no era lo
único que tragabas.
A veces incluso volvíamos a la cama mojados pero qué
importaba si nadie en el mundo disfrutaba tanto como nosotros en tan poco
espacio.
Cuántas pizzas se nos habrán quemado en el horno por ceder a
nuestros impulsos y follar en aquel mármol.
Cada vez que miro la pila de la cocina recuerdo, a decenas,
la vajilla por fregar. Nos encantaba provocar al otro cada vez que intentaba
lavar los platos.
Como levantarnos antes de hora para ir a trabajar y tener que
llegar siempre tarde.
Todo eso se acabó. Un día, de repente, después de discutir
decidiste acostarte. Estabas cansada. Ahí lo supe, esto ha terminado, pensé. <<Por
menos hemos follado>>, dijimos los dos como si pudiéramos leernos
la mente. Parecía comprensible, cuando tu polla pasa más tiempo dentro de
alguien que de tus pantalones terminas por pensar como ella.
Pero no te culpo porque estaba enamorado. Perdidamente, de
hecho. Sabía que no iba a encontrar a alguien que me llenara como lo hacías tú,
hasta en nuestros paseos por el parque. Pero tú no lo estabas, tú sólo jugabas.
Era un modo de ver pasar la vida, hasta que te cansaras. Simplemente, perdiste el apetito o te lo comiste todo muy
deprisa. Como siempre te gustaba hacerlo.
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