jueves, 7 de junio de 2012

Botellas vacías


Anoche salí a la calle después de muchos días encerrado en el pasado que las paredes me recubren. Lo cierto es que el no-queda-nada-de-alcohol hizo que me levantara de mi propia mierda y, apartando centenares de imágenes y retratos con tu nombre, cogí la primera camisa que vi por el suelo tirada y me dispuse a bajar. No fue hasta salir del portal y encenderme un cigarro que me di cuenta de que había bajado las escaleras totalmente a oscuras. Mi vida se ha acostumbrado a la penumbra de la soledad, pensé.

Me recorrí todas las calles que mis pies estaban dispuestos a andar, me dejé llevar entre el silencio de un cielo brillante, la luna me acompañaba a estar más solo que nunca en una noche en la que solo reinaban estrellas y putas. Cuando pensaba que por un momento el duro golpe del pasado iba diluyéndose con la brisa nocturna, mis traicioneros pasos me llevaron a aquel portal en el que conseguí robarte un torpe pero precioso beso. El primero de muchos otros que siempre íbamos a recordar. Del que ahora, ya sólo yo tengo memoria.


Tan sólo necesité una frase para que todo el peso del mundo cayera sobre mi flacucha espalda. La primera vez que te vi las tetas íbamos a dar un paso más. <<Jamás me cansaré de besarte>>, dijiste mientras la ropa tan sólo era un obstáculo en nuestro camino. Noté como dos cuchillas rajaban mis mejillas. Cada lágrima rasgaba a causa del peso de todas y cada una de las letras de esa frase que no paró de rebotar por mi mente.

Eché a correr lleno de ira y resentimiento por no ser capaz de olvidar algo que me consumía por dentro. Grité y  maldije tu nombre como si fuera tu voluntad la que me sometía a este sufrimiento. Pero la carrera duró poco. Cansado, apoyé mi espalda contra una pared y suavemente dejé mi cuerpo muerto hasta caer rendido en el suelo. Exhausto, recordé aquella frase que tantas veces ha convivido conmigo,  <<a veces, por mucho que algo duela, dejarlo duele más>>.

Seguramente pasé más de una hora tirado en aquel suelo ahogándome en el vómito de mis propios recuerdos. Cuando me rehíce como pude me di cuenta de que cualquier lugar que pudiera conocer iba a estar cerrado. Consternado y negándome a volver al hielo frío de mi casa anduve hasta encontrar una gasolinera.

Ni primero en casa ni durante el camino me había parado a observar el aspecto que podía tener. Esta reflexión me llegó después de que cuando, al entrar en la primera gasolinera que encontré, el vendedor mostró un ademán de preocupación, casi con miedo en el cuerpo. Sin embargo, todo síntoma de cobardía se le esfumó cuando vio mi cara de desesperación y sufrimiento. Supongo que llegó a sentir lástima por mí.
- Dos de whisky ¿no?—preguntó tras el mostrador mientras pasaba las botellas por la máquina.
- Dos de whisky—repetí como si fuera lo único que comprara desde hace tiempo.
- ¿Noche dura?—preguntó afable.
- No tanto como la de ayer

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