El reloj de pared anunció con ese sonido peculiar las cinco
de la madrugada. Desde la pequeña terraza de mi habitación, la brisa primaveral
de la noche me abrazaba tumbado en la cama. Después de cinco minutos anhelando
ser nada y todo en este mundo me levanté y me dirigí hacia el baño. Al verme en
el espejo, sentí como el reflejo que de él emergía se burlaba de mí en mi cara.
Apoyando mis manos en el lavabo examiné el rostro que tan fijamente me miraba,
un completo extraño. Antes de salir no pude evitar contemplar el vaso con el
único cepillo de dientes que había, desde que decidiste llevarte el tuyo no hay
otra imagen que refleje la soledad como la de aquella olvidada herramienta.
Deshecho en nostalgia, regresé a mi habitación, me puse unos
pantalones cortos de sport que estaban tirados en el suelo y salí, con lo que
quedaba de vino de la noche anterior, a la terraza. Permanecí como cosa de diez
minutos apoyado en el muro, contemplando la paz y la tranquilidad de una noche
oscura y brillante mientras que una luna llena reinaba en aquel baile de
estrellas y amantes. Sin poder evitarlo, entre sorbo y sorbo, me vino a la
mente el día que decidiste marcharte para siempre. Después de tantos años
decías que te sentías como una extraña cuando dormíamos, aún me duele pensar lo
infeliz que decías ser a mi lado. Ahora, una parte de mí se preguntaba dónde
podrías estar, en qué lugar y si de verdad eras tan feliz como deseabas serlo.
La profundidad de mis cavilaciones no me hizo advertir la
figura que se acercaba por detrás. Sólo me percaté de su presencia cuando dos
brazos femeninos rodearon mi cuerpo y una cabeza se apoyó sobre mi espalda.
Parecía que sonreía. Mi rostro era distante.
Cuando me di la vuelta ahí estaba ella. Únicamente vestía su
ropa interior aunque se había enfundado la camisa que unas horas antes me había
quitado en un arrebato sexual. Llevaba el pelo suelto y los puños de mi prenda no
dejaban ver sus manos. Estaba realmente sexy
- ¿Ocurre algo? –me preguntó con la mayor dulzura
que he sentido jamás.
- Nada de qué preocuparse –contesté
correspondiéndole con un beso.
- Vamos, volvamos a la cama.
Imaginé el movimiento de su culo por detrás del faldón de mi
camisa moviéndose hacia la cama. Era verdaderamente preciosa. Lentamente se
desprendió de ella y, mientras me miraba de un modo sensual, se deshizo de la poca ropa que cubría su
cuerpo de reina, quedándose totalmente desnuda. Yo apuré la copa de vino y me
dirigí hacia la cama. No dije nada hasta que estuve acostado.
- Lo siento, ha estado bien pero creo que esto no funcionará
–dije sin mirarle.
- Buenas noches –contestó cortante.
Cuando volví a abrir los ojos, los rayos de sol cubrían cada
rincón de la habitación. Al girar sobre mi propio cuerpo descubrí que estaba
sólo en aquella cama, volvía a parecer grande y gélida. Tal y como la dejaste. Me
reincorporé y volví a la vista hacia la terraza, imaginándote otra vez donde
horas antes me preguntaba qué sería de ti. Cuando decidí por fin levantarme, al
dirigirme hacia el baño aprecié un nuevo detalle pegado en la puerta de mi
habitación. Se trataba de un post-it amarillo en el cual se podía leer, en una
caligrafía femenina, ni se te ocurra
llamarme, capullo. Esta vez ni tan si quiera le había pedido el número, pensé.
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