Después de todos estos años todavía me resulta increíble no
poder encontrar a nadie más que reproduzca, del modo en el que tú solías
hacerlo, aquello de <<a veces pareces gilipollas>>
para demostrar todo el amor que podía habitar en un espacio tan pequeño como la
distancia que queda entre dos personas enamoradas después de un beso. Muchas
mañanas añoro esa forma tan tuya que tenías de plasmar en una simple mirada un
amor tan verdadero como nunca había visto. En cambio, por las noches no hay una
sola en la que no lo recuerde.
Buceo entre el desorden de mi habitación y me pierdo entre
recuerdos que duelen más que una patada en la nuca. En el suelo aún siguen
algunos cristales de aquella fotografía enmarcada que decidiste romper en una
de nuestras discusiones. Yo todavía tengo clavada en mi mente la sonrisa que
mostrabas en aquella imagen. En la mesilla de noche un triste flexo repleto de
polvo y mierda alumbra un pequeño blog de notas en el que solía plasmar en
frases lo que mis ojos gritaban cuando te veía. Un solitario paquete de tabaco
vacío y un cenicero repleto de colillas terminan de adornar el paraíso. Recuerdo que fue un regalo tuyo, <<para
que escribas más relajado>>, decías.
Así es como veo el amor, como fumar:
el primer pitillo es el más torpe pero nunca lo olvidas, siempre quedará ahí;
después te enganchas hasta llegar a un punto en el que si pasas varias horas
sin él, lo necesitas; a veces, en los peores momentos, incluso lo único que te
tranquiliza es uno de ellos; puede hasta matarte pero aún así eres tú el que
mataría por uno más. Y en el momento adulto de tu vida, debes elegir. Tal vez
aprendes a vivir con ellos y te das cuenta de que serás incapaz de abandonarles
o, por otro lado, ganarle la guerra a algo que te está matando por dentro.
Yo elegí odiarte, ya no recuerdo si lo mereces o no. Con
cada chupito de whisky intenté borrar tus <<esta noche mandas tú>>
sin saber que cada palabra la repetías todas las noches, estando conmigo o sin mí.
Sin embargo, después de perder la cuenta de botellas vacías y lágrimas
de alcohol me he dado cuenta que el alma no está capacitada para cicatrizar
heridas a fuerza de trago y que el recuerdo llega cuando le sale de los huevos.
Seas feliz o no. Estés borracho, en plena potada o cagando.
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