Hacía tiempo que no sentía esta
sensación. Lo cierto es que no siempre uno tiene la ocasión de compartir su cama
con otra persona. Aquella noche se presentaba larga, así que decidí abandonar
mi sentido común por unas horas y emborrachar un maltrecho corazón a base de
golpe de chupito.
Cuando en casa quedaban más recuerdos
que vasos que tragar salí y anduve hasta que la sed rompió la tregua. La brisa nocturna
consiguió despejarme un poco y, al entrar en el primer pub que encontré, con la valentía de un borracho me puse a
hablar con ella. Parecía débil e indefensa y sus lágrimas no paraban de cesar.
- Hola, cómo te llaman—pregunté.
En otra ocasión hubiera pensado,
por su silencio, en mil adjetivos que podrían salir de su boca hacia mí,
ninguno de ellos bueno. Sin embargo, me escrutó con su mirada de arriba abajo y
por fin habló.
- Dime, y a ti qué te pasa.
¿Tanto se me nota?, pensé. Ella
debió leerme la mente y mostró lo que parecía una especie de sonrisa.
- Echa un vistazo a tu alrededor, aquí nadie
parece feliz.
Las paredes de aquel local
parecían guardar miles de historias desdichadas, cada cual más amarga.
Perfectamente podría sentirme como en casa, pero había algo que allí fallaba.
La joven de la barra contrastaba con aquella imagen depresiva. Era
verdaderamente atractiva, su cabellera morena jugaba a esconder sus senos
voluptuosos, si uno se fijaba mucho en aquel escote corría el riesgo de quedar
atrapado en él para siempre. Su estrecha cintura tan sólo era la antesala de
unas piernas largas y firmes, cruzadas de un modo que sólo los ángeles son
capaces. Mis ojos, cargados de lujuria, exceso y whisky no podían mirar a otro
sitio.
- Como sigas mirándome la falda de ese modo voy a
tener que quitármela.
Y ya no dijo nada más. La miré,
me sonrió y me tendió la mano. Durante los próximos cuarenta minutos fui suyo.
Nunca pensé que se podían hacer tantas cosas en el váter de un antro como
aquél. Pero no acabó ahí. Me preguntó
dónde vivía y la llevé a lo que, le advertí, era como un glacial.
- Para calentarme me basta con tu cuerpo—contestó
mientras apresuraba el paso.
Y seguimos. No hubo conversación.
Tan sólo follamos. Al entrar en mi casa me disculpé por no poder ofrecerle una
copa de vino. Es normal, dijo ella, a estas horas todas están vacías. Entonces
colocó su mano en mi nuca y me enseñó que los ángeles también saben besar.
Entre cada respiración apasionada, dábamos pequeños pasos hacia mi habitación,
estampándonos a cada momento contra las paredes. Al entrar en ella, la mantuve
contra la puerta y le arrebaté de un solo golpe aquella blusa que tanto había
hecho que me perdiera en el pub. Los botones salieron disparados en todas
direcciones. Ella misma colocó mi cabeza entre sus pechos y veneré cada segundo
que pasó en ese momento.
Apoderado por la lujuria, levanté de un golpe una de
sus piernas y mi mano se deslizó como quien tiene vida propia por su muslo.
Tras encontrar lo que buscaba, pronto me di cuenta que ella no se había
molestado en volver a ponerse su ropa interior. Sus gemidos, cargados de
pasión, eran incontrolables. Mis ganas de hacerla mía me dominaban. Cuando
estaba a punto de deshacerme de mis pantalones, ella me miró con cara de quien
tiene ganas pero quiere mandar y me hizo retroceder hasta caer tumbado en la
cama. Fue entonces cuando el tiempo pareció ralentizarse y mis convulsiones
tuvieron que relajarse mientras ella besaba cada rincón de mi torso. Su cabeza
subía y bajaba por mi cuerpo mientras su mano jugaba más abajo. Al cabo de unos
instantes, cuando ella decidió que mis pantalones eran un estorbo, sentí como
mi sexo se humedecía cada vez más. Desde luego, ella no pegaba nada en aquel
pub, volví a pensar.
Horas después, mientras
reflexionaba desde la cama en lo sucedido aquella noche, la observé dormir,
parecía totalmente distinta. Como si llevara acostándose en la misma alcoba
muchos años. Cuando despertó, le hablé mientras me sonreía.
- Aún no me has contestado a mi pregunta
- Qué pregunta—dijo ella reincorporándose.
- Cómo te llaman
Hubo unos segundos de silencio,
ella seguía sonriendo, me acarició el pelo, acercó sus labios a los míos y
volvió a hablar.
- Qué tal si primero volvemos a follar.
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