jueves, 14 de junio de 2012

Los ángeles también saben besar


Hacía tiempo que no sentía esta sensación. Lo cierto es que no siempre uno tiene la ocasión de compartir su cama con otra persona. Aquella noche se presentaba larga, así que decidí abandonar mi sentido común por unas horas y emborrachar un maltrecho corazón a base de golpe de chupito.

Cuando en casa quedaban más recuerdos que vasos que tragar salí y anduve hasta que  la sed rompió la tregua. La brisa nocturna consiguió despejarme un poco y, al entrar en el primer pub que encontré,  con la valentía de un borracho me puse a hablar con ella. Parecía débil e indefensa y sus lágrimas no paraban de cesar.

- Hola, cómo te llaman—pregunté.

En otra ocasión hubiera pensado, por su silencio, en mil adjetivos que podrían salir de su boca hacia mí, ninguno de ellos bueno. Sin embargo, me escrutó con su mirada de arriba abajo y por fin habló. 

- Dime, y a ti qué te pasa.

¿Tanto se me nota?, pensé. Ella debió leerme la mente y mostró lo que parecía una especie de sonrisa. 

- Echa un vistazo a tu alrededor, aquí nadie parece feliz.

Las paredes de aquel local parecían guardar miles de historias desdichadas, cada cual más amarga. Perfectamente podría sentirme como en casa, pero había algo que allí fallaba. La joven de la barra contrastaba con aquella imagen depresiva. Era verdaderamente atractiva, su cabellera morena jugaba a esconder sus senos voluptuosos, si uno se fijaba mucho en aquel escote corría el riesgo de quedar atrapado en él para siempre. Su estrecha cintura tan sólo era la antesala de unas piernas largas y firmes, cruzadas de un modo que sólo los ángeles son capaces. Mis ojos, cargados de lujuria, exceso y whisky no podían mirar a otro sitio. 

- Como sigas mirándome la falda de ese modo voy a tener que quitármela.

Y ya no dijo nada más. La miré, me sonrió y me tendió la mano. Durante los próximos cuarenta minutos fui suyo. Nunca pensé que se podían hacer tantas cosas en el váter de un antro como aquél. Pero no acabó ahí. Me preguntó dónde vivía y la llevé a lo que, le advertí, era como un glacial.

- Para calentarme me basta con tu cuerpo—contestó mientras apresuraba el paso.

Y seguimos. No hubo conversación. Tan sólo follamos. Al entrar en mi casa me disculpé por no poder ofrecerle una copa de vino. Es normal, dijo ella, a estas horas todas están vacías. Entonces colocó su mano en mi nuca y me enseñó que los ángeles también saben besar. Entre cada respiración apasionada, dábamos pequeños pasos hacia mi habitación, estampándonos a cada momento contra las paredes. Al entrar en ella, la mantuve contra la puerta y le arrebaté de un solo golpe aquella blusa que tanto había hecho que me perdiera en el pub. Los botones salieron disparados en todas direcciones. Ella misma colocó mi cabeza entre sus pechos y veneré cada segundo que pasó en ese momento. 


Apoderado por la lujuria, levanté de un golpe una de sus piernas y mi mano se deslizó como quien tiene vida propia por su muslo. Tras encontrar lo que buscaba, pronto me di cuenta que ella no se había molestado en volver a ponerse su ropa interior. Sus gemidos, cargados de pasión, eran incontrolables. Mis ganas de hacerla mía me dominaban. Cuando estaba a punto de deshacerme de mis pantalones, ella me miró con cara de quien tiene ganas pero quiere mandar y me hizo retroceder hasta caer tumbado en la cama. Fue entonces cuando el tiempo pareció ralentizarse y mis convulsiones tuvieron que relajarse mientras ella besaba cada rincón de mi torso. Su cabeza subía y bajaba por mi cuerpo mientras su mano jugaba más abajo. Al cabo de unos instantes, cuando ella decidió que mis pantalones eran un estorbo, sentí como mi sexo se humedecía cada vez más. Desde luego, ella no pegaba nada en aquel pub, volví a pensar.

Horas después, mientras reflexionaba desde la cama en lo sucedido aquella noche, la observé dormir, parecía totalmente distinta. Como si llevara acostándose en la misma alcoba muchos años. Cuando despertó, le hablé mientras me sonreía. 

- Aún no me has contestado a mi pregunta
- Qué pregunta—dijo ella reincorporándose.
- Cómo te llaman

Hubo unos segundos de silencio, ella seguía sonriendo, me acarició el pelo, acercó sus labios a los míos y volvió a hablar. 

- Qué tal si primero volvemos a follar.

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